“Y quien no la ha comenzado [la oración] , por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien.”
Santa Teresa de Jesús. Libro de la Vida 8,5.
El aporte de Santa Teresa de Jesús a la Iglesia ha traído abundantes frutos a la Iglesia. Su búsqueda de Dios, su fortaleza interior, su profunda espiritualidad, su claridad de mente, su reciedumbre ante las circunstancias… son cualidades que brillan en el desarrollo de su vida como bautizada, como religiosa, como fundadora, como doctora de la Iglesia. Comparto tres momentos de espiritualidad que recojo de una sus obras: el Libro de la Vida, donde escribe el camino que el Señor la invitó a recorrer, camino que poco a poco aprendió a reconocer que era una invitación misericordiosa a estar con Él.
Intimidad
Para Santa Teresa, el corazón de lo seres humanos tienen un deseo fundamental: el deseo de Dios. Tal vez, en su estancia en el convento de Nuestra Señora de Gracia en Ávila, España, con las Madres Agustinas, había tenido sus primeros contactos de profundidad con la reflexión de San Agustín acerca de la inquietud del alma humana, cuyo corazón está inquieto hasta que no reposa en Dios. En el Libro de su Vida, Santa Teresa de Jesús comparte su camino personal hacia una relación muy profunda con Dios.
En tiempo en que vivía ya en el Convento de la Encarnación, ahí mismo en Ávila, ya con las Madres Carmelitas, donde vivían alrededor de ciento ochenta hermanas, las necesidades materiales eran grandes. El orden de vida se trataba de llevar lo mejor posible, pero había mucho que mejorar, pues había situaciones que no favorecían la relación profunda con el Señor: había distinción entre las hermanas de familias pudientes y las de familia humilde; las hermanas eran enviadas a atender familias y personas para ganar algo para el sustento; la vida del convento se volvía un bullicio. Trataban de orar bien y de trabajar bien, pero algo faltaba.
Poco a poco, Teresa se dio cuenta de que su corazón necesitaba algo más, sepropuso disponer su interior para Dios, pues creía que si tenía ese deseo, es porque el Señor se lo había dado. Un deseo de mayor trato, de intimidad con Él:
“Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor; que si ellos nunca se determinaran a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado. Quiere Su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí; y no he visto a ninguna de éstas [ánimas] que quede baja en este camino, ni ninguna alma covarde –con amparo de humildad– que en muchos años ande lo que estotros en muy pocos.” Libro de la Vida, 13,2.
Teresa nos ayuda a descubrir que la intimidad con Jesús es un regalo que Él mismo va construyendo cuando el alma está bien dispuesta. El primer paso hacia esa intimidad es la confianza en Él. Si la fe es un don que Él pone en el corazón, éste no puede más que aceptarlo y confiar en Él. Los frutos que los santos han alcanzado vienen del Amor del Señor, para llegar a esos frutos, al inicio, los santos no hicieron más que confiar en el Señor.
Teresa buscó al Señor, se dedicó a buscarlo, quedando prendada de su Amor y Misericordia, un momento fundamental de su camino fue cuando aprendió a confiar completamente en Él.
Humildad
El camino hacia la intimidad con el Señor inicia con la confianza en Él. Sin embargo, esta confianza no se trata de una exaltación de las fuerzas humanas, es decir, si Él se ha acercado, es porque nos Ama, Él nos amó primero, no por nuestros méritos, no como premio por algo que hayamos hecho, sino por puro Amor Gratuito de Él hacia nosotros. La actitud del corazón humano ante tan grande Misericordia es la humildad.
En un primer momento, la humildad parte del reconocimiento de nuestra propia imperfección, tan profunda que aún en los movimientos espirituales más nobles del ser humano lo manifiestan: tanto en el deseo del bien como en el amor humano.
“Bien veo yo que en servir a Dios no he comenzado –aunque en hacerme Su Majestad mercedes es como a muchos buenos– y que estoy hecha una imperfección, si no es en los deseos y en amar, que en esto bien veo me ha favorecido el Señor para lo que le pueda en algo servir. Bien me parece a mí que le amo, mas las obras me desconsuelan y las muchas imperfecciones que veo en mí.” Libro de la Vida 30,17.
El Señor nos ha hablado, a través de San Pablo, sobre el misterio de la iniquidad: hago el mal que no quiero y no hago el bien que sí quiero y descubro que es porque el mal está en mi (Rm 7,19-21). Santa Teresa se encuentra con esa realidad en su propio corazón. La humildad es ese estado del ser humano que se encuentra con la verdad de que el mal incide en su propia persona. Teresa descubre que ama al Señor, pero sus obras lo contradicen. Si bien, nunca llegaremos a corresponder al Amor y Misericordia de Dios, sin embargo el alma humilde, motivada por ese Amor de Dios, inicia un camino de coherencia e integridad: que nuestras obras sean coherentes con nuestra fe en Cristo y que sean una respuesta de amor humano a su Amor Divino.
En un segundo momento, la humildad se manifiesta en el corazón que reconoce que los frutos sabrosos de la vida no son cultivados por el solo poder humano. Teresa llama a esta actitud cristiana: el desasimiento. Quien cultiva el huerto del alma es el Señor, quien siembra y fecunda la tierra es Él, quien levanta la cosecha y reparte con sabiduría los frutos es Él:
«Aquí [en el desasimiento] se gana la verdadera humildad para no dársele nada de decir bienes de sí, ni que lo digan otros. Reparte el Señor del huerto la fruta y no ella, y así no se le pega nada a las manos». Libro de la Vida 20.
Por ello, el alma humilde y confiada en el Señor Jesús no tiene nada en sus manos y, sin embargo, su corazón está lleno de frutos, de frutos de Gracia de Jesucristo. Por ello mismo, porque reconoce que todo el mérito es de Él, cuida del huerto (la propia alma) y cuida sus frutos, pues son frutos de Misericordia de parte de Él.
Oración: Cuidar el huerto.
Al inicio del Libro de la Vida, la Santa nos comparte la etapa de su vida en la que el deseo de Dios era como el deseo de un niño: puro, sin complicaciones, con el aire de radicalidad de los adolescentes y jóvenes que expresan su fortaleza sin condicionamientos:
« He lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado...Tenía uno [un hermano] casi de mi edad. Juntábamonos entrambos a leer vidas de santos... Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios, y deseaba yo mucho morir así; no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo, y juntábame con este mi hermano para tratar qué medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen; y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres nos parecía el mayor embarazo. — Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto, y gustábamos de decir muchas veces: 'para siempre, siempre, siempre'. En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez impreso el camino de la verdad » Libro de la Vida 1.
Un punto importante está en la frase: “Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto, y gustábamos de decir muchas veces: 'para siempre, siempre, siempre'.” Buscar muchos ratos para tratar este deseo y, al mismo tiempo, pasar la vida en este trato “siempre, siempre, siempre”. Esas muchas veces y ese “siempre, siempre, siempre” expresan el deseo y la búsqueda del Rostro de Cristo. En el capítulo 4, comenta que otro momento importante en el camino de su oración, fue la etapa donde se esforzaba con mantener el alma concentrada en Cristo:
« Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro Bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior, aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación. Porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que aun para pensar y representar en mí, como lo procuraba, traer la Humanidad del Señor, nunca acababa » Libro de la Vida 4,7.
Tal vez, en algún momento podemos identificarnos con este deseo de Teresa: estar todo el día con el Señor y platicar con Él con tal confianza y cercanía en todo momento. Es un momento de gracia, bonito de nuestra vida cristiana. Sin embargo, Teresa cayó en la cuenta de que ese deseo la llevaba a ir más adentro, con mayor profundidad, de manera que no fuera sólo como un diálogo superficial, que en muchas ocasiones era distraído o contaminando con los propios pensamientos y creencias, llegando incluso a pensar que era voluntad de Dios lo que uno mismo ponía en las palabras de Jesús en ese diálogo espiritual, confundiendo así el camino del alma hacia Dios.
Poco a poco, mientras maduraba el amor en su corazón, Santa Teresa se esfuerza para crecer en la intimidad con Cristo con toda humildad, aprendiendo a disponerse para dejar que el Amor de Dios fecunde su corazón. Expresa los años de gran esfuerzo con la metáfora del huerto, el alma es un huerto, hay que cuidar ese huerto, cuida el huerto.
A partir del capítulo 10, Teresa comparte su camino de oración con la metáfora de un huerto que hay que regar, donde el huerto es el alma, el corazón. La voluntad divina es que ese huerto dé fruto abundante, pero para ello es necesario regarla con el agua de la oración. El camino del aprendizaje de la oración tiene varias etapas: al inicio, es como ir a sacar el agua de un pozo con sólo una cuerda y una tina, hay que pasar muchas peripecias y esfuerzos para llegar con media tina hasta el huerto; luego, el Señor permite la ayuda de una polea para sacar el agua con mayor facilidad, pero sigue requiriéndose una gran fortaleza para llevar la tina llena de agua; luego, el Señor concede la bendición de una acequia, sobre la que el agua llega desde el pozo hasta el huerto, ya sin la pesadez de la tina en el traslado; finalmente, la Misericordia concede el don divino de la lluvia, que riega el huerto por puro don gratuito.
Pero para animarnos a todos a iniciar y/o perseverar en este camino de oración, la Santa nos comparte aquél momento de su camino donde no le motivaba ni la oración ni el mundo, momentos de desolación en la vida en los que uno vive de espalda a Dios, sin buscar su Rostro, reduciendo la oración o viviéndola en sequedad o incluso dejándola. Con todo, la Santa agradece a Dios que le haya permitido pasar ese momento de su vida tomada al menos de un frágil hilo de oración, pero que le permitió un camino a Dios para reconfigurar su débil corazón:
“Con todo, veo claro la gran misericordia que el Señor hizo conmigo: ya que había de tratar en el mundo, que tuviese ánimo para tener oración. Digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa de cuantas hay en él es menester mayor, que tratar traición al rey y saber que lo sabe y nunca se le quitar de delante. Porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios.” Libro de la Vida 8,2.
Agradece a Dios porque descubre que el más breve deseo de orar, viene de Él: ¡que gran Misericordia tiene el Señor con nosotros que, aún con el alma seca y desviada, pueda tener un pequeño ánimo de orar! Al menos estar ahí, en un espacio y momento, sabiendo que Él nos mira y eso nos basta, pues sus ojos son misericordiosa y su mirada dignificante. Pero, su Amor no se detendrá ahí, nos invitará a seguir adelante en su amistad y nos fortalecerá para seguir cultivando los frutos que Él quiere para nuestra vida.
En ese mismo capítulo, nos comparte uno de sus más profundos aprendizajes: la oración del amor, de la amistad con el Señor:
“Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo que no se lo pagase; que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. Y si vos aún no le amáis (porque, para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones: la del Señor ya se sabe que no puede tener falta, la nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata), no podéis acabar con vos de amarle tanto, porque no es de vuestra condición; mas viendo lo mucho que os va en tener su amistad y lo mucho que os ama, pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de vos.” Libro de la Vida 8,5.
Insta a todos los lectores: por amor de Dios ¡les ruego que se inicien en la oración! Pues se trata del Amor de Dios que fecundará el huerto de su alma y les hará recobrar la vida y la frescura en su caminar. Él mismo nos enseñará qué es amar y cómo es la amistad con Él y cómo el amor hacia los hermanos. Aquel “siempre, siempre, siempre” de la juventud de Teresa se convirtió en una búsqueda efectiva de “estar”, aprendió a “estar”, un “estado” de la vida, con momentos efectivos de oración en silencio que extiende sus brazos, abrazando así todo momento del día y de la vida. Es la vida de una mística como Santa Teresa, quien hasta el final de sus días repetía que todos estos frutos no eran producto de su saber y mérito de obra propia, sino eran frutos de Pura Misericordia de Dios, dones y bendiciones que Él quería dar, y que todo lo que ella había hecho era estar bien dispuesta con confianza, humildad y oración.
El camino de esta Doctora de la Iglesia, la primera mujer en ser reconocida como tal, es un camino del que todos podemos aprender. Al menos, para seguir su grito de compasión para con todos: “Y quien no la ha comenzado [la oración] , por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien.”