"Y, dicho esto, sopló sobre ellos..." Jn 20,22.
La insuflación del Espíritu Santo: perdón y caridad en la vida cristiana.
El Evangelio de Juan 20, 19-23 dice que el Señor Resucitado se apareció a los apóstoles mientras estaban escondidos por miedo a que los aprehendieran para darles la misma suerte que a Jesús. En ese momento les insufla el Espíritu Santo. Pero, Hch 2,1-4 dice que el Espíritu Santo les fue enviado en otro momento en que estaban todos reunidos, cuando se manifestó en forma de lenguas de fuego e impulsó a los apóstoles a predicar a todos los reunidos en Jerusalén para la fiesta de las tiendas.
Pareciera que puede haber contradicción entre estos pasajes bíblicos, pero podemos obtener enseñanza de fe al profundizar en ello. Reflexionemos con la ayuda de San Juan Crisóstomo y de San Gregorio Magno.
San Juan Crisóstomo, Sobre el Evangelio de Juan, Homilía 85.
“Dicen algunos que por esta insuflación no les dio el Espíritu Santo, sino que los hizo aptos para recibirle. Si, pues, al ver Daniel al ángel se desmayó, ¿qué hubiera sucedido a los discípulos al recibir tan inefable gracia, si antes no hubiesen estado prevenidos? No será pecado decir que ellos recibieron entonces el poder de la gracia espiritual, no de resucitar muertos ni hacer milagros, sino el de perdonar los pecados. De aquí sigue: "A quien perdonareis los pecados, les serán perdonados", etc.”
San Juan Crisóstomo hace incapié en que este momento no es el momento de Pentecostés, sino un momento previo. Se trataría de un momento de preparación, de disposición a recibirlo. Esta insuflación es referida al poder de perdonar los pecados, pero nos hace reflexionar reconociendo un momento penitencial, es decir, para estar dispuestos a recibir el poder de perdonar los pecados, se entiende que ellos mismos han de haber recibido el perdón de sus propios pecados.
La experiencia de la pasión y muerte del Señor Jesús provocó muchas cosas en el corazón de los apóstoles. Casi todos dejaron solo al Señor, Pedro lo había negado, algunos se regresaron a sus pueblos decepcionados de Cristo,… tal vez había mucho por lo cual pedir perdón al Señor. El Señor Resucitado llega hasta el escondite, un lugar cerrado y oscuro, lugar del miedo, la tristeza y la decepción; la presencia de Cristo lo transforma en lugar de fe, de perdón y de esperanza.
La reflexión de San Juan Crisóstomo nos llama a la humildad en la vocación a la santidad para cada uno de nosotros. El Amor de Cristo nos llama primeramente al reconocimiento de la propia debilidad, del propio pecado, sólo así podemos disponernos a los siguientes dones para caminar hacia la plenitud de la alegría en Cristo. Crisóstomo propone que los dones para la predicación vienen luego de la absolución de los pecados y del carisma de perdonar los pecados de los demás. Nos ayuda a descubrir ese momento personal ante Dios cuando uno se reconoce pecador, no desde la culpa y el castigo, sino desde la misericordia y el llamado.
San Gregorio, Sobre el Evangelio de Juan, Homilía 26.
¿Por qué, pues, lo da primero a sus discípulos sobre la tierra, y después lo envía desde el cielo, sino porque son dos los preceptos de la caridad, a saber, el amor de Dios y el amor al prójimo? En la tierra se da el Espíritu de amor al prójimo, y desde el cielo el Espíritu del amor a Dios. Pues así como es una la caridad y dos los preceptos, así no es más que uno el Espíritu dos veces dado: el primero por el Señor sobre la tierra, y después descendido del cielo. Porque en el amor del prójimo se aprende cómo puede llegarse al amor de Dios.
San Gregorio interpreta el momento de la insuflación del Espíritu en aquel cuarto cerrado como un don de caridad. En este sentido, el Espíritu Santo es reconocido como el Amor de Dios que cuida de los hombres, que tiene caridad con muchos. La insuflación capacitaría a los apóstoles para la caridad hacia todos lo seres humanos, como si las enseñanzas del Señor y la experiencia de su muerte y resurrección hubieran despertado en ellos la capacidad de sentirse amados en ese sacrificio y resurrección y cómo este Amor se dirige a todos los seres humanos, ellos mismos se sentirían unidos a la humanidad amada por Dios, despertando el amor por el prójimo.
El amor a Dios y al prójimo es alentado por el mismo Espíritu Santo. El amor a Dios dispone para amar al prójimo y amar al prójimo realiza el amor a Dios. La insuflación del Espíritu y el envío del Espíritu en Pentecostés son momentos del mismo Espíritu Santo, ambos momentos tienen su origen en Dios y capacitan a los apóstoles para que en su vida puedan realizar y llevar a plenitud el amor a Dios y al prójimo. La disposición para ir al prójimo y otorgar, de parte de Dios, el perdón de los pecados es una de las plenitudes del amor al prójimo y a Dios que un apóstol puede vivir. Luego será también dotado de los dones de gracia necesarios para la tarea evangelizadora. La evangelización pedida por Cristo no se trata de un voluntarismo ni nace de una ideología ni tampoco es un intelectualismo ineficaz. Se trata de una vida consagrada.
Todo bautizado es consagrado para esta vida en Cristo, animada por los dones del Espíritu Santo. Sin el don del Espíritu Santo no hay perdón de los pecados ni hay dones de gracia ni tampoco fe cristiana ni evangelización de parte de Cristo. San Juan Crisóstomo y San Gregorio nos permiten reconocer el valor del Amor de Dios para el perdón de los pecados y la vida de los dones del Espíritu Santo en la vida cristiana.