San Agustín: Corregir con amor.
“La ramita en el ojo es la ira; la viga, el odio.” Sermón 82,1.
Entre la rica herencia de escritos teológicos y sermones que San Agustín heredó a la Iglesia, se encuentra la reflexión sobre la "corrección fraterna", como principio que promueve la armonía en la comunidad cristiana. A continuación, exploraremos su algunos puntos de su reflexión sobre este tema a partir de su Sermón 82.
“La ramita en el ojo es la ira; la viga, el odio.” Párrafo 1.
Tomando las palabras del Señor Jesús, San Agustín usa una imagen poderosa: una pequeña astilla en el ojo para representar la ira y una viga en el ojo para simbolizar el odio. Nos recuerda que, al corregir a otros, primero debemos ocuparnos de nuestros propios problemas de corrección antes de señalar los graves en los demás. Esto nos enseña a ser humildes y a recordar la importancia de la compasión cuando ayudamos a otros a corregirse.
"No todo el que se aíra odia.” Párrafo 2.
En el segundo párrafo, San Agustín profundiza en la diferencia entre enojarse y odiar en el contexto de la corrección fraterna. Dice que no todos los enojos son odios, y anima a distinguir entre la ira justa y el odio perjudicial. Esto resalta la complejidad de la corrección fraterna y la necesidad de aplicarla con amor y cuidado, pues se trata de corregir con el deseo de retomar el camino hacia el bien y no corregir con el deseo de herir.
“Evitar ante todo el odio. Pues solo entonces, cuando en tu ojo no hay viga alguna, ves con claridad cualquier cosa que exista en el ojo de tu hermano.” Párrafo 3.
Corregir no es lo mismo que juzgar. La corrección no busca condenar, sino persuadir y reconciliar. San Agustín enfatiza que es necesario practicar la corrección con caridad y preocupación buscando el bienestar espiritual de los demás. Anima a entender que el propósito de la corrección fraterna no es juzgar o condenar al hermano que ha errado, sino persuadirlo hacia la enmienda y la reconciliación.
"Por tanto, debemos corregir con amor." Párrafo 4.
En el cuarto párrafo, San Agustín destaca que la corrección debe ser un acto de amor y comprensión en lugar de una forma de herir a otros. Se trata del amor a Dios y del amor al hermano que es corregido. No se trata de corregir por amor a uno mismo, sino al hermano, de lo contrario no existe mérito en la corrección, ya que lo que se busca es la corrección y conversión hacia Dios.
El pecado contra un hermano no solo daña al individuo, sino que también tiene consecuencias comunitarias. La corrección fraterna tiene una importancia fundamental en la comunidad, pues ésta requiere del esfuerzo de todos para caminar hacia el testimonio que Cristo quiere como Pueblo de Dios. De ahí que cada miembro tiene responsabilidad hacia los demás en la comunidad.
Es necesario también reconocer que la corrección fraterna es una virtud que requiere humildad y aprendizaje para saber hacerlo con prudencia y sabiduría. Además, si se trata de una acto de amor, una obra de caridad, requiere de la Gracia de Dios para realizarla y para que el hermano recibe la ayuda para encontrarse con la misericordia del Señor Jesús.
El pensamiento de San Agustín sobre la corrección fraterna se centra en el amor, la humildad y el cuidado hacia los demás. Nos recuerda que la reconciliación y la mejora personal son metas cruciales en la comunidad cristiana.