"No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre" Son las palabras del Señor Jesús en el día de la purificación del Templo de Jerusalén.
San Juan Crisóstomo retoma este pasaje en su predicación Sobre la entrada de Jesús en Jerusalén. En ella, reflexiona sobre la importancia de la pureza y la santidad en la vida cristiana.
La pureza es esencial para la vida cristiana, ya que es la base de la relación entre Dios y los hombres. La pureza es la condición necesaria para que Dios se manifieste en nuestras vidas y podamos ver y oir, creer y seguir. La santidad es la condición necesaria para que Dios nos guíe y fortalezca para cultivar los frutos de su Reino.
En este sentido, la pureza no es simplemente una sería un virtud opcional, sino esencial para establecer una relación íntima y fecunda con Dios, la pureza de corazón y de intención es fundamental para recibir verdaderamente al Señor en nuestras vidas. Así como la multitud purificó el camino para la entrada de Jesús con ramas de palma y mantos, nosotros también debemos purificar nuestros corazones de todo aquello que obstaculiza nuestra comunión con Dios.
Santo Tomás de Aquino propone la pureza de mente y corazón como esenciales para nuestra relación con Dios. En ST II-II, q.81, Santo Tomás establece esta necesidad porque la mente es propensa a unirse a las cosas materiales y el creyente necesita hacer un esfuerzo para mantenerse enfocado en las cosas de Dios en medio del mundo. Lo mismo en el caso del corazón. La pureza de corazón se trata del esfuerzo del creyente para mantener a Cristo como meta de su corazón, tratando de mantenerse unido a una vida de amistad, amor, caridad y misericordia. Cuando hablamos de esta pureza respecto a las cosas de Dios, vamos comprendiendo que se trata de cumplir las propias responsabilidades, promesas, compromisos y creaciones según la Voluntad De Dios y los principios de su Reino.
La reflexión de San Juan Crisóstomo nos lleva reflexionar en que ese templo que el Señor purificó, está unido al esfuerzo que todos nosotros hemos de realizar para poder ingresar al Templo de su Sagrado Corazón. Participar de resurrección requiere ser purificados en un esfuerzo libre de cada creyente con la ayuda de la Gracia. Todo ámbito de la vida del ser humano, tanto en su ámbito individual como comunitario requiere ser purificado. Nadie realiza su deber y creatividad como ser perfecto. Nuestra mente y corazón son pegajosos, de manera especial se les pegan intereses, deseos y aficiones que son contradictorios al Reino De Dios y terminan por ahogar la voluntad de ser fieles.
De hecho, una de las formas de agria soledad que viven muchas personas es la falta de fe manifestada en la idea de que todo está mal y que todo es corrupción, de hecho se argumenta que si Dios existiera no hubiera mal ni pecado ni tragedias ni accidentes. De esto se desprende el pensamiento de que es imposible purificar la mente y el corazón, por lo que el camino de la humanidad sería de un continuo avanzar a lo peor, a lo más bajo.
En cambio, el creyente cristiano ha sido bautizado en la esperanza. Superar la corrupción moral y las consecuencias del mal y del pecado es posible por el Amor de Cristo. Él ha entregado su vida para purificar al mundo y para ofrecer al ser humano la posibilidad de ser purificado por la Misericordia de Dios. Negar el pecado es negar al ser humano, negar la pureza de mente y corazón es negar a Dios. La acción del cristiano en el mundo es una acción de purificación de todos los ambientes en los que se desenvuelve.
Esta acción purificadora no se trata de una burda y superficial condena de lo que “no nos parece” a cada uno, eso sería sólo un soberbio egoísmo. La acción purificadora inicia en el propio corazón y se manifiesta en nuestro modo de pensar, decidir, actuar y relacionarnos, algo muy difícil, que sólo puede realizarse con la ayuda de Dios. Desde esta acción interior y de testimonio, puede expresarse una palabra que celebre y haga presente el orden del Amor de Dios. El profeta no expresa lo que piensa, lo que le interesa, lo que le gusta, lo que su mentalidad le impulsa a decir, sino lo que el Señor le impulsa a compartir desde la purificación de su propio corazón. La palabra del profeta es pura. Cuando el demonio pronunciaba el nombre del Señor, el Señor lo callaba, pues su Nombre no puede ser testimoniado por un corazón sin purificación, sin redención.
La pureza es una virtud indispensable para el cristiano, ya que nos capacita para acoger la presencia de Dios en nuestras vidas y nos conduce hacia la plenitud de la santidad. Siguiendo las enseñanzas de San Juan Crisóstomo somos impulsados a cultivar esta virtud y abrir nuestros corazones a la acción transformadora de la Gracia divina.