La predicación del Reino de Dios
El Señor Jesús anuncia, hace real y convoca a participar de su Reino.
Nos encontramos en la última semana del tiempo ordinario. Inicia con la celebración solemne de Cristo Rey del Universo, que se convierte en una proclamación de nuestra fe, reconociendo al Hijo de Dios como el Soberano Supremo, que ha revelado su Reino y ha permitido que los seres humanos podamos sumarnos a él.
Si centramos nuestra mirada en Jesús, descubriremos que predicó el Reino de Dios, y lo encarnó, lo hizo presente y nos convocó a formar parte de él. Su vida y misión nos muestran un Reino que no es como los reinos de este mundo. Su revelación y dones transforman nuestra manera de vivir al ver la vida humana de manera especial. Este Reino es don y tarea, esperanza futura y realidad presente, una invitación constante a dejarnos renovar por Dios.
Propongo retomar tres aspectos fundamentales del Reino de Dios revelado por Cristo: Jesús que anuncia del Reino, Jesús que hace real el Reino y Jesús que nos convoca a participar de su Reino.
Jesús anuncia el Reino. "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio" (Mc 1,15). Estas palabras iniciales de Jesús son un llamado directo al corazón. ¿Qué significa que el Reino de Dios está cerca? Jesús no habla de algo lejano ni reservado para unos pocos, sino de una realidad que nos toca de cerca, que inquieta el corazón por su belleza, que nos confronta por la realidad que se vive. Esta inquietud provoca la búsqueda de una respuesta en el corazón acerca de la posibilidad y la aceptación o no de este Reino.
El Señor usaba parábolas para invitar a las personas a descubrir este Reino. Las parábolas del "tesoro escondido" o en el "grano de mostaza" son imágenes sencillas nos ayudan a comprender que el Reino es pequeño al inicio, pero tiene un potencial transformador inmenso. Dios trabaja en lo escondido, en lo humilde, en lo que muchas veces no se nota, pero que, con el tiempo, da fruto abundante.
De hecho, el Espíritu de Dios, constructor de su Reino, está actuando en cada etapa de nuestra vida. En este momento ilumina nuestra mente presentándonos las posibilidades del Reino de Dios para este día. Cada vez que elegimos y realizamos las propias responsabilidades y los propios proyectos según los valores revelados por Cristo, el Reino de Dios se construye y está cada vez más cerca de nosotros.
Jesús realiza el Reino. El Señor hizo visible el Reino en sus acciones. Cada milagro constituye una revelación del Amor de Dios que sana, fortalece y rescata al ser humano, invitándolo a dejarse transformar por su Amor y Misericordia. Si consideramos sus gestos de sanación, de misericordia y su actitud dignificante con los más necesitados, en estas acciones podemos contemplar su Reino de Amor, Justicia y Paz ya actuante y real entre nosotros.
En cada encuentro con las personas de corazón dispuesto, el Señor dió a conocer cómo es el Reino divino: sanó a los enfermos, expulsó demonios, multiplicó el pan para los hambrientos… cada uno de estos momentos E aliviaba un sufrimiento concreto y mostraba que en el Reino de Dios el mal, el pecado y la muerte no tienen la última palabra, sino que, al ser condiciones de la misma vida humana, son oportunidades para acercarnos y experimentar el Reino de Dios real en nuestra vida.
Todos los bautizados estamos llamados a ser agentes constructores y piedras vivas en el Reino de Cristo. Lo somos cuando reconocemos al presencia de estos signos del Reino en nuestro caminar, para reconocerlos, valorarlos y agradecerlos al Señor Jesús. Pero cada uno también es llamado a convertirse en uno signo vivo de este Reino: cada vez que servimos como sanación, cuando intervenimos para la reconciliación, cuando participamos en la búsqueda de órdenes humanos más dignos y justos… El Reino de Cristo se realiza cada día con nuestra entrega.
El testimonio más grande del Reino lo dio el Señor en la Cruz. Al entregarse por Amor, mostró que el Reino no se construye con poder humano, sino con el don total de uno mismo. En la Cruz, Jesús realizó plenamente el Reino y nos invitó a seguirlo en este camino de entrega.
Jesús vino a invitar a todos a su Reino. El Reino de Dios no es una teoría política ni una idea abstracta, mucho menos una invención literaria. Tampoco se trata de una revelación divina para la que el ser humano sea incapaz de vivir. De hecho, la predicación del Reino incluye la Gracia de Dios, necesaria para poder aspirar a las cosas más altas, trascendentes y nobles, que nos ponen en contacto con Dios, quien, por su gran Misericordia, ha permitido que seamos capaces de entrar en relación con Él.
Jesús vino a llamarnos, a invitarnos a participar en este Reino, a formar comunidades que reflejen los valores del Evangelio. El llamado que escucharon los primeros discípulos a la orilla del mar de Galilea, sigue resonando en nuestras vidas: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres" (Mc 1,17).
Ser convocados al Reino implica cambios en nuestra manera de pensar, de decidir y actuar, que poco a poco van transformando a las personas, hacia una mejor forma de ser. Este cambio de vida, implica estar aprendiendo siempre, pensando siempre, decidiendo siempre, actuando siempre. No es algo cómodo. Es una forma de vivir, es la vida cristiana que, poco a poco, se descubre como un camino de Cruz, de la Cruz del Señor por la que nos limpió de nuestros pecados y nos abrió las puertas del Reino de los Cielos. Es un camino de libertad, en el que, con la ayuda de su Gracia, somos liberados de las ataduras del pecado, para vivir en plenitud la libertad de los hijos de Dios.
Este Reino no es una experiencia individualista extrema. Es una realidad donde cada individuo, conservando la propia dignidad y riqueza como persona, creada a imagen y semejanza de Dios, está en constante relación con los otros hombres en el mundo y la historia. Es una vida comunitaria que nos invita a ser parte de la Iglesia, germen del Reino en el mundo. La misión de anunciar el Reino no terminó con los apóstoles; continúa a través de nosotros. Todos somos responsables de la tarea evangelizadora. cada uno ha recibido los dones necesarios para su propio crecimiento en santidad y para comunicar el Reino de Cristo a todos los seres humanos de cada generación.
El Reino de Dios no es algo que podamos construir con nuestras solas fuerzas humanas. Es un regalo que Dios nos ofrece en Jesús, quien lo anuncia, lo realiza y nos llama a participar en él. Este don y llamado requiere nuestra respuesta, nuestra apertura, nuestro compromiso.
Pidamos al Señor que abra nuestro corazón a su Reino, que transforme nuestras vidas con su Gracia y que nos ayude a ser verdaderos instrumentos de su Paz y Justicia. Que, como discípulos, vivamos con la certeza de que el Reino de Dios está presente, creciendo en lo sencillo, esperando dar frutos abundantes en nosotros y a través de nosotros.