La paz como fruto de la Redención de Cristo.
Una Reflexión a partir de San Agustín en "La Ciudad de Dios", XIX, XIII.
“La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos. La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar.”
San Agustín, La Ciudad de Dios, XIX, 13,1.
La paz es un anhelo profundo en el corazón de la humanidad, un estado de su ser que va más allá de la ausencia de conflictos y que abarca la plenitud de las relaciones del ser humano. Desde la perspectiva cristiana, la paz no es un concepto irrealizable, sino una realidad alcanzable, una posibilidad abierta por el sacrificio redentor de Cristo. San Agustín de Hipona aborda el tema de la paz cristiana en su obra La Ciudad de Dios, libro XIX, capítulo XIII. En esta sección, Agustín expone su visión de la paz como el fruto definitivo de la redención, una paz que sana todas las relaciones humanas: con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación. La redención en Cristo restaura y perfecciona estas relaciones, ofreciendo una paz duradera y profunda, que surge del Amor de Dios en los corazones de los seres humanos.
La paz con Dios: relación redimida con el Creador. La relación fundamental que necesita redención es la del ser humano con Dios. El pecado original rompió esta relación, causando una separación que solo Cristo puede sanar. En su reflexión, San Agustín destaca que la paz con Dios es el fundamento de toda paz. La redención ofrecida por Cristo es, en esencia, una reconciliación con Dios, restaurando la comunión perdida en el Edén, con el pecado de Adán y Eva.
Esta reconciliación no es el retorno a un estado anterior, sino una elevación a una relación aún más íntima y llena de Amor redentor y Misericordia. A través del Sacrificio de Cristo, los seres humanos son perdonados y adoptados como hijos de Dios en toda libertad, una relación que llena una paz inquebrantable, pues proviene del Amor Divino. El bautismo, como sacramento en el que se recibe la Gracia santificante, marca el comienzo de una nueva vida, en la que el creyente puede vivir en armonía con la voluntad divina, experimentando la paz del nuevo orden que trasciende el entendimiento humano.
La paz interior: la relación del ser humano consigo mismo. San Agustín sostiene que la paz verdadera comienza en el corazón del individuo. La redención en Cristo ofrece el perdón de los pecados y llama a una transformación interna que realinea el alma humana con su propósito divino. Agustín describe cómo el pecado original ha fracturado la unidad interna del ser humano, introduciendo desorden y conflicto entre la carne y el espíritu. La Gracia redentora de Cristo sana esta división interna, permitiendo a la persona experimentar la paz profunda y duradera, por su armonía con el Amor de Dios.
San Agustín menciona que "la paz es la tranquilidad del orden" (pax est tranquillitas ordinis), subrayando que la paz verdadera es fruto de la presencia de un orden divinamente establecido. En el contexto de la Redención, este orden se restablece dentro del creyente cuando la Gracia de Cristo alinea los deseos y las acciones humanas con la Voluntad de Dios. La reconciliación interna es fundamental para cualquier otra forma de paz, ya que una persona dividida en su interior difícilmente puede contribuir a la paz en sus relaciones exteriores.
La paz social: la relación redimida con los demás. La paz interior y la paz con Dios crean un fundamento sólido para la paz social. San Agustín argumenta que la sociedad humana, marcada por el pecado, está en constante conflicto y desorden. Sin embargo, la redención en Cristo ofrece una nueva forma de relacionarse, basada en el Amor y la Justicia del Reino de los Cielos. En La Ciudad de Dios, Agustín describe la Civitas Dei (la ciudad de Dios en la tierra) como una comunidad de creyentes que viven en paz bajo la Soberanía divina.
La paz social en la visión agustiniana no sería entonces la ausencia de guerra, sino la presencia de justicia y caridad. La redención en Cristo transforma las relaciones humanas, promoviendo una cultura de amor y servicio mutuo. Esta transformación es puede reconocerse en la primera comunidad cristiana, como un modelo de la Civitas Dei, donde los creyentes comparten sus bienes y viven en armonía. La paz social, entonces, es un fruto del Espíritu Santo que obra en la paz interior y la paz con Dios, manifestada en relaciones justas y amorosas entre las personas.
La paz con la creación: la relación redimida con el mundo natural. Finalmente, la redención en Cristo reconcilia al ser human con la creación. El pecado no solo afectó las relaciones humanas, sino que también trajo desorden a la relación con el mundo natural. San Agustín, en su reflexión, reconoce que la creación misma está esperando la redención final (Rm 8,19-22). La paz con la creación es un aspecto importante de la Redención total, donde es restaurado el orden original dado por Dios.
La visión agustiniana de la paz con la creación se manifiesta en una actitud de respeto y cuidado hacia el mundo natural. Los seres humanos, redimidos en Cristo, son llamados a ser buenos administradores de la creación, trabajando para restaurar y mantener el orden y la belleza que Dios originalmente diseñó. Esta relación redimida con la creación es un testimonio de la obra redentora de Cristo, que no solo afecta a los individuos y las sociedades, sino a todo el cosmos.
La paz escatológica: la plenitud de la Redención. San Agustín también mira hacia el futuro, hacia la consumación final de la paz en el Reino de Dios. La Redención, ya iniciada por Cristo, alcanzará su plenitud en su segunda venida, cuando todas las cosas serán hechas nuevas. La paz escatológica será el estado final de la creación donde no habrá más dolor, sufrimiento ni muerte, y donde Dios será todo en todos.
Esta esperanza escatológica es fundamental para la comprensión de fe de la paz redentora de Cristo. La paz que experimentamos ahora es un anticipo de la paz plena que vendrá. Esta esperanza motiva a los creyentes a trabajar por la paz en todas las áreas de la vida, sabiendo que sus esfuerzos no son en vano, sino que participan en el Proyecto divino de Salvación.
La paz, como fruto de la redención de Cristo, es una realidad poliédrica que abarca todas las relaciones del ser humano: con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación. La Gracia redentora de Cristo restaura y perfecciona estas relaciones, ofreciendo una paz que trasciende cualquier comprensión humana. Desde la reflexión de San Agustín, esta paz es la tranquilidad del orden divino, una armonía que comienza en el corazón del individuo y se extiende a toda la creación. La esperanza escatológica de la paz final en el Reino de Dios motiva a los creyentes a vivir en consonancia con esta paz, trabajando por la justicia y la caridad en el mundo, superando el pecado y el desorden que éste trae. La Redención en Cristo salva al ser humano del pecado y lo posibilita para una transformación total que sana y perfecciona todas las relaciones humanas, anticipando la paz eterna del Reino de Dios.