Quien recibe el Bautismo ha entrado en relación personal con Dios Uno y Trino. De alguna manera ha reconocido el llamado de Dios, quien por Amor, busca a los seres humanos. Cuando alguien es bautizado de niño, sus padres o padrinos han entrado en esa relación personal con Dios y han reconocido que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo y que la vida de cada ser humano se ha recibido por don maravilloso del Amor de Dios. Presentar a bautizar a un niño pequeño, es consagrarlo al Amor de la Santísima Trinidad y es comprometerse a enseñarle al niño la fe en el Amor de Dios y encaminarlo a la relación personal con Él.
El Bautismo es don y respuesta. Es don porque la fe es un don que Dios hace a quien reconoce su Amor y abre su corazón a una relación sincera y fecunda con Él. Es respuesta porque el corazón humano se mueve libremente a cultivar esa relación sincera de amor con Dios, reconociéndose como Hijo de Dios por la misericordia de Él. El Bautismo es una sacramento de libertad, pues abre al ser humano las puertas del Amor e inicia todo un Camino de conversión, aprendizaje y alegría aprendiendo a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, según el mandato del Señor. Este aprendizaje no se puede realizar sin participar en el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, pues en ese misterio se revela la fuerza del Amor de Dios y el sentido de la vida del ser humano. El fruto del Amor de Dios en el ser humano requiere de la participación de Dios en su vida. Cristo nos ha redimido y liberado de la esclavitud de la mundanidad y del pecado en su encarnación, vida, pasión, muerte, resurrección, ascención y envío del Espíritu Santo.
El Bautismo tiene efectos en nuestra vida práctica, en la vida de todos los días, pues da sentido a la vida entera. Como bautizado, puedo reconocer que el día de hoy es un día para aprender a amar como Cristo ama: tomando la cruz de las relaciones con Dios, conmigo mismo, con los otros, con el mundo, el tiempo y la historia. El amor nos ha enseñado a salir de uno mismo y que es necesario vencerse para poder salir y servir. El amor nos ha enseñado también que siempre habrá situaciones difíciles y obstáculos qué sortear. El amor nos ha enseñado que existe el mal y el pecado, que mi mismo corazón se ve inclinado hacia ello y también los demás, que muchas veces caemos y caen también los demás, pero que la fuerza del Amor de Dios en el perdón y la reconciliación son más fuertes que cualquier pecado humano. El amor nos ha enseñado que para lograr un fruto humano de alta calidad se requiere un gran esfuerzo constante de verdad, bien y justicia, y gran fruto de caridad requiere además la fe, la esperanza y la fuerza del Amor de Dios. El amor nos ha enseñado que el mal sólo es posible si hay libertad y si hay una base de amor original. Sin este Amor original no existiría el pecado. Por ello, en cada situación es posible identificar el Amor original de Dios; en el fondo de cada sufrimiento está este Amor original, saber esto nos da gran esperanza, pues aprendemos a reconocer que vivimos en medio del Amor de Dios, vivimos-en-el-Amor, la vida se vive abrazados por este Amor original de Dios. Tal vez, es a lo que se refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles: “pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: "Porque somos también de su linaje." (Hch 17,28).
El Bautismo es vivir como personas que viven según los principios de la fe en Cristo, buscando siempre la voluntad de Dios Padre, en medio de una sociedad que se aleja de Él y en medio de tantas formas de pensar, de vivir, de reaccionar, de actuar que tienen como principio la mentira, la injusticia y tantas otras formas de pecado que conducen a las personas a la muerte en muchas maneras. El Bautismo es un don que se vive con humildad, no con un ánimo triunfalista; con una actitud de servicio, con los pies en la tierra, viviendo de manera encarnada, en la realidad del mundo y de la Gracia de Dios. Se trata de una visión realista del ser humano: frágil, pero redimido; limitado, pero amado; libre y esperado.
El Bautismo es una decisión de vivir como Cristo nos enseña y dar testimonio humilde de su Amor ante todas las personas en la sociedad, es una decisión muy importante y de mucha responsabilidad. Vivir así es entrar en un camino de profunda transformación, con sus altas y bajas, con sus sufrimientos y alegrías, dolores y esperanzas. La Gracia de Dios asiste al bautizado para tener una mente, razón y corazón puros, la fuerza de voluntad para resistir las tentaciones y para buscar la voluntad de Dios y realizarla. Pedro insistía en que el Bautismo no sólo es como limpiar, sino como vivir: “No es la purificación de una mancha fisica, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de JEsucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios” (1Pe 3,21-23).