“De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde sí mismo?”
“no os amoldéis a este mundo“
Perder la cruz, perder el camino. El Señor camina hacia Jerusalén donde mostrará su Amor por todos los seres humanos en su muerte y resurrección. Dejar ese camino sería dejar su ser y su misión. Pero la fortaleza de su Corazón permanece fiel, enfocado y decidido, aunque no sin el temor por el sufrimiento y la muerte, que lo llevará a la angustia del Monte de los Olivos.
El camino pasa por el Monte Sión (Jerusalén), el Monte de los Olivos, el Monte Gólgota, de nuevo Sión (al aparecerse resucitado), luego el Mar de Galilea y de nuevo el Monte de los Olivos (en su Ascención) y finalmente, de nuevo Sión en Pentecostés. Que hubiera significado para la humanidad si el Señor hubiera dejado ese camino?
Su sabiduría contrasta con el pensamiento de los discípulos: “Eso no te puede pasar a ti.” La Cruz es terrible, causa terror. Todos tratamos de evitarla. Se refiere a la irracionalidad y banalidad de muchos pensamientos, propuestas, deseos y acciones del hombre contra sí mismo, contra el prójimo, contra la humanidad, contra Dios, contra todo aquello que le impide crecer en el amor a Dios y al prójimo. Pensemos en los pecados capitales: la ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la avaricia y la envidia, son terribles. Millones de personas sufren atrocidades por causa de quienes caemos en ellos. Estos pecados son la Cruz de muchos hermanos en la actualidad, pueblos enteros sufren con terror por el pecado de una persona; si el pueblo entero cae en ellos, el pueblo se convierte en un infierno sin otra espera que un cataclismo acabe con todo. Vivir o tener que convivir con una persona soberbia que no ve más que por sí misma o con un enojona que no se sabe controlar ni solucionar, solo gritar o con una persona borracha impertinente o una persona lujuriosa acosadora… son situaciones muy difíciles. Si esos pecados hacen presa de alguien que tiene a su cargo una familia, comunidad, proyecto, empresa, organización, pueblo, país o nación las consecuencias son nefastas. Cada uno debe hacer un examen de conciencia para no caer presa de ellos y para no ser de las personas que causemos terror como la cruz para el prójimo.
Pedro desea que nadie tuviera que vivir esto, creo que podemos entender su buen corazón. Pero mientras estemos en el mundo tenemos que subir al Gólgota muchas veces. El profeta Isaias había llamado al Siervo de Yahvé: “Varón de dolores” y “Experto en el sufrimiento” (Is 53,3-9).
El Señor Jesùs nos enseña que no se trata de una pasión pasiva, como alguien que debe dejarse que los demás lo humillen y degraden. Al contrario, se trata de una pasión activa, aceptando los desprecios y azotes que los hermanos propinan a quien quiere actuar por fidelidad a Dios, por búsqueda de la verdad, por construcción de la justicia, por el bien de todos, bajo la Gracia de Dios y con la libertad de los hijos de Dios. Esa pasión activa, que para el mundo es fracaso, es reconocida desde la fe en Cristo como una acción de misericordia que no tiene su origen el hombre por su conocimiento, experiencia o reconocimiento mundano, sino en Dios que lo llama y fortalece. Sin este llamado y la fortaleza de la gracia, ese camino de Pascua no podría ser ni imaginado.
El camino del Señor es un Camino de Pascua (Vía Paschalis), al que somos invitados todos los seres humanos de buena voluntad. Es un camino de Amor, Perdón, Gracia, Misericordia, conversión, humildad, esfuerzo, lucha, colaboración, paciencia, proyecto, diseño y enfoque.
San Pablo nos da su testimonio como un apóstol consumado:
“Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.” Rm 12,2.